En la Solemnidad de Pentecostés, que se celebra este domingo 28 de mayo, el Papa Francisco presidió la Santa Misa a las 10 a.m. (hora de Roma), en la Basílica de San Pedro del Vaticano.
La ceremonia fue celebrada por el Cardenal Joao Braz de Aviz ante numerosos fieles y peregrinos de diferentes partes del mundo.
En su homilía, el Santo Padre destacó 3 momentos en los que el Espíritu Santo actúa: en el mundo que ha creado, en la Iglesia y en nuestros corazones.
- En el mundo que ha creado
En primer lugar, el Pontífice explicó que el Espíritu Santo es “Aquel que, al principio y en todo tiempo, hace pasar las realidades creadas del desorden al orden, de la dispersión a la cohesión, de la confusión a la armonía”.
Según el Papa Francisco, “Él da al mundo, en una palabra, armonía; de ese modo ‘guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra’”.
A continuación, el Santo Padre lamentó que hoy “estamos todos conectados y, sin embargo, nos encontramos desconectados entre nosotros, anestesiados por la indiferencia y oprimidos por la soledad”.
“Muchas guerras, muchos conflictos; parece increíble el mal que el hombre puede llegar a realizar. Pero, en realidad, lo que alimenta nuestras hostilidades es el espíritu de la división, el diablo, cuyo nombre significa precisamente ‘el que divide’”, explicó. El Pontífice aseguró que “el espíritu maligno goza con los antagonismos, con las injusticias, con las calumnias”.
“Y, frente al mal de la discordia, nuestros esfuerzos por construir la armonía no son suficientes. He aquí entonces que el Señor, en el culmen de su Pascua, en el culmen de la salvación, derramó sobre el mundo creado su Espíritu bueno, el Espíritu Santo, que se opone al espíritu de división porque es armonía; Espíritu de unidad que trae la paz. Pidámosle que venga cada día a nuestro mundo”, añadió - En la Iglesia
En segundo lugar, el Papa Francisco explicó que el Espíritu Santo llegó “descendiendo sobre cada uno de los apóstoles; cada uno recibió gracias particulares y carismas diferentes”.
De este modo, afirmó que “su armonía no es un orden impuesto y homologado”, ya que “no creó una lengua igual para todos, no eliminó las diferencias, las culturas, sino que armonizó todo sin homologar, sin uniformar. Detengámonos en este aspecto: el Espíritu no comienza por un proyecto estructurado; no, Él empieza repartiendo dones gratuitos y sobreabundantes”.
Para el Papa Francisco, es así como el Espíritu crea armonía: “nos invita a dejar que su amor y sus dones, que están presentes en los demás, nos sorprendan”.
“Ver a cada hermano y hermana en la fe como parte del mismo cuerpo al que pertenezco; esta es la mirada armoniosa del Espíritu, este es el camino que nos indica”.
En ese sentido, señaló que “el Sínodo que se está realizando es —y debe ser— un camino según el Espíritu; no un parlamento para reclamar derechos y necesidades de acuerdo a la agenda del mundo, no la ocasión para ir donde nos lleva el viento, sino la oportunidad para ser dóciles al soplo del Espíritu”.
A continuación, pidió volver “a poner al Espíritu Santo en el centro de la Iglesia, de lo contrario nuestro corazón no será inflamado de amor por Jesús, sino por nosotros mismos. Pongamos al Espíritu en el principio y en el centro de los trabajos sinodales”.
“Sí, para mostrarse al mundo Él escogió el momento y el lugar en el que estaban todos juntos. Por lo tanto, el Pueblo de Dios, para ser colmado del Espíritu, debe caminar unido, hacer sínodo. Así se renueva la armonía en la Iglesia: caminando juntos con el Espíritu al centro. Construyamos armonía en la Iglesia”. - En nuestros corazones
Por último, el Papa Francisco remarcó que Dios nos entrega al Espíritu Santo “para perdonar los pecados, es decir, para reconciliar los ánimos, para armonizar los corazones lacerados por el mal, rotos por las heridas, disgregados por los sentimientos de culpa”.
“Sólo el Espíritu devuelve la armonía al corazón porque es Aquel que crea la ‘intimidad con Dios. “Invoquemos al Espíritu Santo cada día, comencemos rezándole cada día, seamos dóciles a Él”.
Más tarde, el Santo Padre animó a los fieles a hacerse las siguientes preguntas: “¿Soy dócil a la armonía del Espíritu o sigo mis proyectos, mis ideas, sin dejarme modelar, sin dejarme transformar por Él? ¿Mi modo de vivir la fe es dócil o es testarudo a las palabras, a las llamadas doctrinas que sólo son expresiones de una vida fría?”.
“¿Me apresuro a juzgar, señalo con el dedo y le cierro la puerta en la cara a los demás, considerándome víctima de todo y de todos? O, por el contrario, ¿acojo su poder creador armonioso, la ‘gracia del conjunto’ que Él inspira, su perdón que da paz, y a mi vez perdono? El perdón es hacer espacio a que venga el Espíritu. ¿Promuevo reconciliación y creo comunión, o estoy siempre buscando, acercando la naríz donde hay dificultades, para hablar mal, para dividir, para destruir?”.
Por último, pidió que “si el mundo está dividido, si la Iglesia se polariza, si el corazón se fragmenta, no perdamos tiempo criticando a los demás y enojándonos con nosotros mismos, sino invoquemos al Espíritu, Él es capaz de resolver estas cosas”.
Fuente:
Aciprensa