Hoy en día, las personas, especialmente los jóvenes, viven un ritmo de vida insostenible. La rutina está marcada por la inmediatez, y aquello que no se ajusta a ese estándar no es considerado una opción viable. En pleno siglo XXI, lo que triunfa es lo que permite hacer las cosas en el menor tiempo posible y con el mínimo esfuerzo; todo lo que no cumpla con estas características es desvalorizado y, con frecuencia, rechazado.
Las principales víctimas de esta tendencia son los jóvenes, la llamada “generación de cristal”, que nació en un mundo digital y totalmente globalizado. Esta generación creció creyendo en la promesa de que todo era posible con solo desearlo, y que, gracias al acceso a ese mundo mágico, construirían un futuro exitoso y sólido. Sin embargo, el problema surgió cuando esta promesa se desmoronó. Ahora, muchos de ellos intentan vivir sin las bases sólidas que les fueron prometidas y que, hasta hoy, siguen esperando.
Vivimos en una época que celebra la evolución de la humanidad, pero rara vez nos detenemos a reflexionar sobre el impacto de estos cambios en las nuevas generaciones. En lugar de construir individuos resilientes y conectados emocionalmente, estamos fomentando jóvenes que se sienten cada vez más aislados y sobrecargados. Día tras día enfrentan una lucha interna, intentando resolver los retos que se les presentan con herramientas vacías y carentes de valores sólidos. La exaltación de la inmediatez ha obstaculizado su capacidad para comprender los procesos, apreciar el valor intrínseco de las cosas y comprometerse a construir un futuro significativo.
Es común escuchar que los jóvenes de hoy no son como los de antes, que están marcados por la apatía y carecen de proactividad. Pero, ¿cómo podría no ser así cuando vivimos en una sociedad que mide el valor de las personas por la cantidad de “likes” o “views” que acumulan, o por su capacidad para consumir productos? Cada vez son menos quienes se atreven a desafiar estas tendencias, y los espacios que fomentan valores y hábitos sólidos parecen extinguirse. Esta falta de formación deja a las nuevas generaciones sin las herramientas necesarias para enfrentar los desafíos de la vida.
Por ello, es fundamental empoderar a los jóvenes y acompañarlos en su desarrollo personal, escolar y laboral. Es cierto que no se puede detener el avance del progreso, pero sí es posible encausarlo hacia resultados positivos. Como sociedad, debemos cuestionar lo que está evidentemente mal y dejar de actuar como si fuéramos individuos aislados. Es momento de reconocer que todos formamos parte de un sistema: si una parte falla, las demás se desgastan hasta alcanzar el punto de quiebre.
La ausencia de hábitos, valores y buenas prácticas es un problema urgente que debemos atender. Es necesario reconocer el verdadero valor de las cosas y fomentar en las nuevas generaciones el deseo de ir más allá de lo que dictan los medios, las redes sociales o las expectativas impuestas por la sociedad. Se debe cultivar la curiosidad, el pensamiento crítico y la disposición para investigar. Solo así podrán adquirir herramientas útiles y significativas que les permitan construir el futuro brillante que todos anhelamos.
¿Sobre qué valores realmente estamos construyendo nuestro futuro?