LOS ÁNGELES — Fernando Gago fue presentado ya por Chivas. Como a todo ser humano, lo acosan los esqueletos en su armario, desde los vicios de su promotor, hasta hinchas de Racing insatisfechos y con sospechas. La herrumbre del pasado es siempre el mejor y más cruel juez ajeno.
Con una carrera destacada como futbolista, especialmente en el Real Madrid, en su aventura como técnico no aparecen épicas fastuosas, acaso dos títulos de bisutería: Trofeo de Campeones 2022 y la Supercopa Internacional 2022. Cierto, cualquier trofeo tiene una historia de éxito, pero también hay clases sociales. El pedigrí es esencial.
De hecho, el Guadalajara es el primer gran desafío para Gago, más allá del reconocido peso histórico de Racing en Argentina, equipo del que sale por no cumplir las expectativas en la Copa Libertadores, aunque ya desde meses antes, especialmente tras perder en La Bombonera ante Boca Juniors, medio plantel se levantó en armas.
A Chivas le sedujeron dos vertientes de Gago: 17 futbolistas jóvenes debutados en Racing, Y el Guadalajara tiene un arsenal valioso, urgente de una buena formación, mental, anímica, física y futbolística. Recuérdese, el jugador mexicano puede tener calidad, pero tiene desventajas y vicios para los que no ha sido educado para superarlos por sí solo. No hay la cultura europea, o de algunos países sudamericanos, de la perfección.
El técnico argentino hizo énfasis en la disciplina, en todos los aspectos. Seguramente ya sabe que la insubordinación y la desobediencia son una forma de doctrina, históricamente, en Guadalajara y en el Guadalajara. De entrada, recibiría a tres manzanas podridas: Chicote Calderón, Pocho Guzmán y Alexis Vega, tipos dispuestos no sólo a boicotear a su equipo, sino a su propia carrera.
En Racing, necesario aclararlo, más allá de que fueron jugadores que su mismo representante (Christian Bragarnik) llevó, a Gago no le tembló la muñeca para enviar, en su momento, a Edwin Cardona y Paolo Guerrero a la banca. Si hay que desinfectar, desinfecta. Si hay que purgar, purga.
Pero recuérdese que el problema de indisciplina en Chivas no ocurre sólo entre los jugadores. Cuando Veljko Paunovic quiso desintoxicar al equipo, empezando con las segregaciones de Vega y Calderón, censuraron esa disposición Fernando Hierro, Amaury Vergara y su cuñado Alejandro Manzo. “Es tu obligación rescatarlos”, le dijeron a Pauno. Tan culpables son los que perpetran la indisciplina como los que la prohíjan.
Porque a Alexis Vega no lo devaluaba su ausencia en la cancha, no, lo devaluaba su presencia en todos los círculos viciosos de su indisciplina y desacatos. El resto de los clubes no lo desdeña por lo que ¡podría! ser en la cancha, sino que lo repudia por lo que ya es fuera de ella: alcohol, trasnochadas y damiselas con un parquímetro entre las piernas.
Hay una forma eficiente de avanzar en el proceso para Gago. Tomar el teléfono y llamar a Matías Almeyda. El calvario del Pelado para conseguir meterse en las cabecitas necias, desperdigadas, insalubres y poco alumbradas de sus jugadores, sería un punto de referencia valioso. Es replantear un concepto que ni Juan Carlos Osorio ni Gerardo Martino quisieron tomar: si el futbolista es un animal diferente en el contexto de la humanidad, el futbolista mexicano es aún más complejo.
Vale la pena, nuevamente, traer a escena ese acto de catarsis y desahogo del mismo Almeyda en una entrevista radiofónica en Argentina. Explicaba que debía trabajar el triple, que en Chivas era necesario explicar tres veces lo que quería en la cancha, porque trabajaba sólo con mexicanos. Sí, el viejo diagnóstico lavolpista de “el jugador mexicano es un analfabeto táctico”.
Y en general, es muy cierto: no sabe leer los partidos, no sabe leer a su adversario directo, y ni siquiera dedica tiempo a observar a sus rivales antes de un partido. Es una formación distinta. Santiago Giménez, por ejemplo, antes de cada partido, ve varios videos sobre los defensas que deberá enfrentar de inmediato. ¿Cuántos lo hacen en México? Ninguno, y no es una exageración.
Habida cuenta que no es posible colocarles un cinturón de castidad del que sólo tenga la llave la esposa o pareja del jugador, o una llave de paso que bloquee la ingesta de alcohol, la única manera es con un hábil, con un casi infalible “cocowash”, o con medidas estrictas de disciplina, como aparentemente lo haría Gago al principio, con dobles entrenamientos, para, además, dentro de su criterio, reducirles el índice adiposo a sus futbolistas.
En un matrimonio por conveniencia, entre el hambre y las ganas de comer, entre Chivas y Gago, el técnico argentino asume un compromiso que le va a exigir horas, paciencia, devoción y compromiso. Matías Almeyda mismo lo aceptó: era más importante, entonces, educar al ser humano que al futbolista. No siempre tuvo éxito. Por ejemplo, logró sacar lo mejor, pero sólo unos meses de la Chofis López y de Gullit Peña, quien ya había entrada en la crisis absoluta del alcoholismo.
Si la salida de Paunovic fue turbulenta, cargada de misterios, y percudida por traiciones, este nuevo intento del disímbolo himeneo laboral entre Hierro y Amaury tiene al menos el amparo legítimo del privilegio de la duda y del escepticismo.
Ya bastante riesgoso es que el equipo pueda entrar en pugnas con la presencia delincuencial de Bragarnik, y los turbios entornos de Promofut. Hoy más que nunca, ambos, director deportivo y propietario, deben auditar, paso a paso, cada contratación y cada acuerdo que se firme. Al final, tienen en OmniLife un cuartel de abogados capacitados en temas laborales.
Por lo pronto, para resguardar su acuerdo en Chivas, tan estupendamente pagado que ninguneó al Cruzeiro de Brasil, el primer paso sabio de Gago sería llamar a Matías Almeyda, y dialogar con tipos que han logrado desentrañar el misterio de cómo sublimar el rendimiento del complicado futbolista mexicano.
No se olvide: “’Pérate, son mexicanos, están programados al revés”, en esa expresión coloquial, sabrosa, sempiterna del doctor Octavio Rivas, alguna vez psicólogo de Pumas, Selección Mexicana y otros proyectos.