México ha iniciado la carrera para suceder al presidente más aclamado de las últimas décadas, Andrés Manuel López Obrador, cuya resistencia en las encuestas es admirable cuando atraviesa ya el quinto año del sexenio, con alrededor de un 65% de aprobación ciudadana, lo que le coloca entre los líderes mejor valorados del mundo por sus electores. ¿Cómo reemplazar a un político así sin que se resquebraje el partido y la ventaja electoral? Él mismo está llevando las riendas de un proceso para el que se han postulado cuatro de los nombres más relevantes de Morena, la formación con la que alcanzó la presidencia en 2018, pero dos de ellos parten en cabeza: la alcaldesa de la capital, Claudia Sheinbaum, quien enarbola la oportunidad de que una mujer dirija por primera vez el destino del país hispanohablante más poblado del planeta, y Marcelo Ebrard, que ha sido canciller, afrontando las siempre complicadas relaciones con Estados Unidos y una pandemia que le otorgó fama por sus negociaciones para conseguir vacunas en cualquier rincón del mundo. El tercero en liza es Adán Augusto López, secretario de Gobernación, el hombre más poderoso del gabinete, y después Ricardo Monreal, un histórico de la política mexicana que ha conducido con voz propia las filas de los morenistas en el Senado.
Abandonados los cargos que ostentaban, todos ellos se han lanzado ya en campaña para ganar la encuesta abierta a la población con la que el partido gobernante designará el próximo 6 de septiembre el candidato a la presidencia para continuar el proyecto iniciado por López Obrador, denominado pomposamente Cuarta Transformación, lo que sitúa su mandato a la altura de tres hitos históricos, la independencia de la Corona española, la reforma emprendida por Benito Juárez y la revolución mexicana que encabezó Francisco I. Madero, el “apóstol de la democracia”. Ahí es nada.
Pocos dudan, sin embargo, de que el partido y el proyecto obradoristas tendrán continuidad en las urnas, dado que Morena se enfrenta a una oposición desarmada que se presenta aliada a los comicios de junio de 2024 para tener alguna oportunidad de victoria, pero que aún no ha decidido quién encabezará el cartel presidencial ni el procedimiento para designarlo. Esa es la razón de que muchos den por descontado que el día que se conozcan los resultados de la encuesta interna de Morena, los mexicanos estarán ya ante el próximo presidente o presidenta de la República, pero en política, y sobre todo en México, no se gana para sorpresas, que pueden llegar por cualquier flanco.
El ruido de la sucesión se inició, anormalmente respecto a los tiempos habituales, hace más de un año, cuando se fueron destapando los primeros aspirantes a la presidencia. Movimientos tan anticipados podrían haber hecho mella en la gobernabilidad del país, pero la fortaleza del presidente no ha dejado resquicio para ello. Muy al contrario, López Obrador está conduciendo la sucesión con golpes de efecto atinados que mantienen unido al partido, todavía, como el hecho de plantear la encuesta del partido como un juego de calificaciones escolares que no deje fuera a nadie. Según se ha ido filtrando en las últimas semanas, el ganador será el candidato presidencial, el segundo dirigirá las filas morenistas en el Senado, el tercero, en el Congreso, y el cuarto debe ser incluido en el nuevo gabinete de gobierno que se forme a finales de 2024. Todos han sido impelidos por el poderoso presidente a abandonar de inmediato los cargos que tenían, para salir de la misma meta, sin privilegios, una concesión al canciller Ebrard, muy crítico hasta ahora con las oportunidades que gozaban sus adversarios en virtud de sus puestos de gobierno. Hasta el concierto de la cantante Rosalía, en el gran zócalo de la capital, se interpretó rápidamente como un baño de popularidad de la alcaldesa en su carrera a la presidencia. Y qué decir de la plataforma de lanzamiento que ha supuesto la Secretaría de Gobernación todos estos meses para su titular, Adán Augusto López, que ha recorrido el país en nombre del presidente, un aval que todos se disputan. Su puesto equivale al de un vicepresidente, quien se encarga de llevar la política y negociar con los gobernadores en cada el territorio, es decir, a todas horas en la televisión.
Un tercer asunto emanado del último congreso nacional del partido, donde se discutieron los anteriores extremos, fue la recomendación de que se vete en esta campaña a los medios de comunicación desafectos con el Gobierno, entre ellos la plataforma Latinus o el diario Reforma, un desatino democrático que ya han desobedecido los candidatos concediendo entrevistas con algunos destacados periodistas del país.
Terreno espinoso ha sido la encuesta con la que se decidirá el candidato de Morena, objeto de encontronazos durante meses. Algunos aspirantes, como Monreal o Ebrard, dudaban de la limpieza de una consulta dirigida por el aparato del partido, aunque finalmente se cotejará con otras encuestas idénticas, espejo, que elaborarán a la par empresas independientes para avalar el resultado de la original; y también manifestaron sus recelos sobre las preguntas que se someterían al criterio de los mexicanos. Intentaron que solo se pronunciaran por su aspirante favorito entre una sencilla lista de nombres, pero se interrogará a los futuros votantes sobre los “atributos” más reconocidos de los postulados, lo que favorece una cocina de los resultados más polémica.
Cada paso en este proceso está dejando ríos de tinta política cada día, lo que no hace más que irritar a la oposición, a la que no le falta razón cuando critica que se están incumpliendo los plazos que fija la ley electoral para iniciar los procedimientos partidistas y de campaña previos a las elecciones, fijados en noviembre. Morena juega estos días con una trampa conceptual, llamando a sus candidatos “coordinadores” para eludir las probables represalias del tribunal electoral, que ya ha recibido un puñado de recursos contra los planes morenistas. El Instituto Nacional Electoral (INE) ya ha parado la desenfrenada salida de los candidatos obligándoles a reunirse solo en actos con militantes; no podrán pedir el voto ni dar a conocer sus propuestas de gobierno. Y nada de mensajes en radio o televisión. De todas formas, el país entero lleva meses con murales pintados y pancartas donde se publicitan los que llaman en México “corcholatas”, es decir, los aspirantes a presidentes.
Nada puede parar ya el ambiente de sucesión presidencial, que se inició a finales de esta semana con lujo de citas mitineras. Vestida de rosa mexicano, Claudia Sheinbaum abandonó la alcaldía con un discurso masivo ante sus seguidores en el Monumento a la Revolución, donde está enterrado Lázaro Cárdenas, uno de los gobernantes más respetados de México y mencionados por el presidente Obrador. Ebrard se adelantó el pasado lunes renunciando a su cargo de canciller en Palacio Nacional, donde entró de traje y salió con una camiseta en la que se leía: “Sonrían, todo va a estar bien”, un homenaje al antiguo eslogan de campaña de López Obrador en 2006. Adán Augusto López tampoco se despega de la figura del líder, a quien menciona con anécdotas casi bíblicas, ambos son cuates y ambos de Tabasco. Ricardo Monreal, por último -hay otros dos postulantes, pero de peso pluma- ha sido el verso suelto en los últimos meses, con quien el presidente ha mantenido un enfrentamiento conocido que le ha cerrado las puertas del Palacio Nacional durante casi dos años. López Obrador lo condenó al ostracismo del silencio, ni lo mencionaba. A primeros de mayo, el presidente cicatrizó el desencuentro con una reunión que garantizaba paz en el gallinero. Era el inicio de una entente que se concretaría el pasado domingo en una foto de familia con los cuatro aspirantes juntos y la lección de unidad aprendida. La orquesta mejor afinada para encarar la sucesión presidencial a las órdenes de la batuta del presidente, bajo cuyo paraguas se cobijan todos con alabanzas que en ocasiones sobrepasan el sonrojo. Desarbolada la oposición, el más notable obstáculo en el horizonte morenista ante la conquista del nuevo sexenio proviene del fuego amigo que pueda cruzarse entre las propias filas. La carrera ha empezado.