Es inusual encontrar a un experto que opine que el gobierno lo está haciendo bien en la materia de la que él se ocupa, porque sus expectativas de cambio siempre serán mayores. Gabriela Bensusán tiene dudas en otras cosas, pero considera que lo mejor del mandato de Andrés Manuel López Obrador es la política laboral, y ella es una de las voces más autorizadas de México en ese asunto. Panelista del TMEC para la resolución de conflictos entre Estados Unidos y México, participó en la elaboración de la reforma de la ley del trabajo que estos días pone contra las cuerdas los liderazgos de los grandes sindicatos, una gerontocracia antidemocrática que ha mantenido silenciada la protesta obrera durante décadas a cambio de nada: los empleos se mantienen con salarios bajísimos y los despidos son un castigo que queda impune
Cero prestaciones para los trabajadores y cero rendiciones de cuentas para los sindicatos, dice la académica de la Universidad Autónoma Metropolitana en el campus de Xochimilco. Autora de más de 20 libros sobre asuntos laborales y decenas de artículos, conoce a la perfección la historia sindical mexicana y lo que está ocurriendo en los últimos días lo resume en una paradoja: la reforma laboral ha puesto unos cimientos firmes que van a tumbar, por fin, un edificio podrido tras 100 años de inercias y hábitos que han dejado en México tanta paz laboral como violencia social.
Respuesta. No. Han sido 100 de hábitos, prácticas e inercia, de una cultura. Los mexicanos no tienen muy interiorizada todavía la democracia electoral y política, menos aún la sindical. No saben para qué sirven los sindicatos porque los sindicatos no les han servido para nada. Sobre todo, en los últimos 40 años, ¿para qué les han servido? Para sacarles cuotas. Pero ya tenemos los instrumentos y mecanismos que tendrán que posibilitar la democracia sindical. Pero será el uso paulatino de esa democracia lo que irá generando la cultura democrática. Hasta que los trabajadores no vean que los sindicatos empiezan a servir para mejorar sus condiciones de vida, no se va a generar esta transformación. Necesitan casos ejemplificativos, visibles, de cómo se logran estos procesos a través de la organización de la disidencia en las centrales. Ese es un camino, el otro es que las organizaciones reconozcan que no pueden seguir por la vieja senda, sobre todo en sectores muy dinámicos de la economía, como la industria automotriz, el corazón de la CTM [Confederación de Trabajadores de México].
P. En política se han conseguido avances democráticos, ¿por qué el sindicalismo está rezagado?
R. Desde los Ochenta venimos haciendo reformas sucesivas en el mundo electoral, pero en el sindical no se hicieron, no teníamos nada que nos permitiera llevar la democracia a las organizaciones sindicales, porque la legislación no lo establecía, ni siquiera el requisito de que un sindicato, para negociar, fuera verdaderamente representativo. El proceso de democratización política fue complejo, requirió muchos cambios, avances y retrocesos, hasta poder llegar al triunfo de 2018. Aquí apenas hemos hecho una reforma, y las instituciones van todavía por un lado y la realidad por otro.
P. Los trabajadores no están acostumbrados a luchar sindicalmente.
R. Los trabajadores apenas pueden subsistir, están en la lucha por la subsistencia, y seis de cada 10, em la informalidad, así que los que tienen un empleo, un contrato colectivo y un líder de la CTM, aunque no sea el mejor posible, sienten que están en una situación bastante mejor que la mayor parte de las personas, eso les hace conservadores. Es difícil que se den movimientos de disidencia, porque todavía hay riesgos: a quienes tratan de organizarse los despiden, y eso sucede en muchos casos con total impunidad. La preferencia de las empresas sigue siendo tener un líder [sindical] controlado y si no lo tienen, pues mejor no tener líder y establecer relaciones individuales con los trabajadores. Las inercias no van a desaparecer por decreto.
P. Esas inercias han sido perversas.
R. Las resistencias para esta transformación eran enormes, venimos de un estilo de control del movimiento sindical que generó ganadores y perdedores. Los ganadores son las las empresas, los sindicatos vinculados a ellas y los gobiernos anteriores, todos beneficiarios de un arreglo de esa naturaleza. Los gobiernos, se acostumbraron a tener paz laboral a pesar de salarios muy bajos, subcontrataciones, precariedad laboral. Hubo una reforma en 2012, pero pequeñísima. No tuvimos entonces la fuerza política y social, nunca hubo una gran movilización. Ahora es una reforma que viene de arriba y de afuera, pero el contenido es de adentro, surge de la práctica de los abogados laboralistas y de los grandes conflictos laborales que sí hubo en este país en algunos sectores y nos fueron dando experiencia de qué había que cambiar. La reforma finalmente termina siendo aceptada desde Estados Unidos e impuesta en el TMEC [Tratado de libre comercio entre México, Estados Unidos y Canadá].
P. Pero los líderes sindicales eternos ahí siguen.
R. Hay una gerontocracia. Yo creo que va a haber un recambio no dentro de mucho en la CTM, necesariamente tiene que haber algo, se va a cimbrar, porque la presión está siendo muy fuerte para que se adapten a algo que signifique un cambio.Se necesita un horizonte distinto para defender sectores que importan mucho, como la industria automotriz. En los Noventa lo discutimos con ellos, tenían una sindicalización prácticamente del 100% entre las armadoras de vehículos, eso les daba un poder de negociación espectacular, pero pensaron que si hicieran algo así para subir los salarios disminuirían las inversiones, y para ellos lo más importante es tener inversiones, trabajadores, luego cuotas que cobrar. No lo hicieron, siguieron ganando y la complicidad y el apoyo del gobierno fue muy fuerte. Y las empresas, contentas con esa interlocución. Eso explica que un sector tan sindicalizado y de estructuras fuertes no tuviera capacidad de subir los salarios cuando la productividad del sector se colocó igual que en Estados Unidos mientras que el salario es 10 o 12 veces más bajo.
P. ¿Qué está haciendo la política por democratizar los sindicatos?
R. No es la gran preocupación del presidente quitar a los líderes sindicales. Si hace una reunión el Primero de Mayo y los llama a su mesa, pues es la señal que manda, y eso que son líderes con muchos cuestionamientos.
P. Los trabajadores siguen afiliados y pagando cuotas obligatoriamente.
R. Las cuotas no es que sean tan altas, pero con miles de agremiados es un chorro de dinero y encima no han hecho nada por los trabajadores, ni hacen rendición de cuentas. Hasta ahora, a los trabajadores no se les ocurre cuestionar el uso del patrimonio sindical, o de las cuotas, pero por bajas que sean, si las usan para su beneficio personal genera desencanto, desprestigio.
P. Dice usted que los universitarios están desentendidos de los sindicatos.
R. No tienen idea de para qué sirven ni se les ocurre que sean un arma que les puede ayudar a mejorar la calidad del empleo. Una vez planteé en clase: a ver, chavos, ¿cómo haríamos en México para que el salario mínimo suba? Dijeron de todo, incluso alguien propuso que cambiara el secretario general de las Naciones Unidas, pero ni uno sugirió disponer de buenos sindicatos. No está entre sus referentes.
P. Con los jóvenes pasa algo así en todo el mundo, hay mucha desafección.
R. El mercado está creando un tipo de empleo precario, temporal, que no favorece el arraigo ni la identidad. Sus empleos son transitorios, no les permiten identificarse con el trabajo, pues tampoco con una organización que les defienda. Y esta flexibilidad laboral no es casual, es provocada, se dijo expresamente, desde la trilateral en los setenta, había que debilitar el poder de los sindicatos. El Banco Mundial, el Fondo monetario, todos estuvieron planteando de que los sindicatos eran un obstáculo y cómo derrotarlos. La flexibilización laboral también tiene factores estructurales:
desintegración de las fábricas, externalización de los empleos a países en desarrollo, todos esos procesos en la globalización neoliberal de los últimos 40 años llevan al deterioro del mercado de trabajo y de la identidad de las personas en tanto trabajadores. La gente se siente de un club deportivo, de una identidad de género, pero no tiene identidad como trabajador que los lleve a pensar que su asociación revierta en mejoras laborales. Y por otro lado, dadas las restricciones de los mercados laborales, el poder de los sindicatos para conseguir ventajas sustantivas para los trabajadores mermó de tal manera que se preguntan para qué sirven los sindicatos.
P. En Amazon despedían a los jefes intermedios porque no habían sabido contener las iniciativas sindicalistas en la empresa. Parece la gran perversión capitalista.
R. Nos enteramos en el caso de Amazon, pero es el papel que desempeñan estos responsables de relaciones laborales en las grandes empresas, impedir que exista un sindicato, detectar cuándo hay un revoltoso. Eso en México es así y cada vez va a ser peor. Si comparamos México con Estados Unidos, son modelos opuestos: el modelo corporativo estatista mexicano, de favorecer e imponer a los sindicatos para controlarlos desde arriba, y el modelo estadounidense, que trata de evitar los sindicatos para que se desarrollen puras relaciones individuales entre cada trabajador y la empresa, porque la legislación estadounidense casi no tiene nada, no hay vacaciones, no tienen protección al despido ni derechos básicos, nada. Para ellos, si hay una presencia sindical les va a costar un montón de dinero, en seguros médicos, vacaciones, prestaciones. Por tanto, son modelos completamente opuestos. Pero cuando ves el funcionamiento, el resultado es igual, unilateralidad en la determinación de las condiciones de trabajo.
P. Usted atisba riesgos también con esta reforma en México.
R. Nuestro modelo va a favorecer lo mismo que en Estados Unidos, porque van a desaparecer muchos sindicatos que no han conseguido la legitimización prevista en la ley. ¿Qué van a tratar de hacer los empleadores? Pues impedir a toda costa que, una vez desaparecido el sindicato, se vuelva a formar otro. No sé si lo lograrán, pero lo han dicho. En una reunión que tuvimos con la Secretaría de Trabajo, los de la Coparmex [organización patronal] dijeron que estaban encantados con la reforma porque lo más probable es que ahora sí pudieran tener relaciones directas con los trabajadores sin mediación sindical. Ese es el riesgo, sí, pero lo que teníamos antes no es mejor.
P. ¿A la política no le interesa potenciar unos sindicatos libres?
R. Esta reforma es de la política, aunque también hubo presión externa, pero la política fue muy importante. Hasta el día en que ganó Andrés Manuel, el mundo empresarial y el corporativo estaban cerrados. Lo mejor de este gobierno, en mi opinión, es la política laboral. De muchas otras cosas tengo dudas, pero de esto no, porque creo que el cambio institucional es radical en el papel, aunque en la realidad aún no se traduce. Si hubiera ganado el PRI, quiero ver qué es lo que tendríamos.
P. En México, el capital se queda con el 70% y el trabajador con el 30%.
R. La redistribución interna es de las más bajas del mundo. Brasil casi llegaba al 50%. Casi cualquier país de América Latina pasa del 40%. Nosotros estábamos al 28%, subió un poco. Eso es por el capital y los sindicatos que tuvimos, en ningún país podría haber sucedido esto sin que salieran a la calle, no sé, los Chalecos Amarillos, lo que te guste, pero acá nunca hubo una movilización para subir el salario La protesta es la sal de la democracia. No tuvimos conflictividad laboral, no hubo huelgas, pero sí violencia social. De una u otra manera tenía que estallar. Estaban destruyendo la paz social por la paz laboral. Y ya lo estamos viendo, sicarios desde los 10 años, se veía venir desde los 90. Si las inversiones y el [primer] tratado no se acompañaban con la calidad del empleo, el desastre vendría por otra parte. Si no tienes una posibilidad en la vida, y te ofrecen tener relojes y coches, y motos, pues a lo mejor te mueres a los cuatro años, pero le entras.